Saturday, October 24, 2009
58) Un libro sobre el presidente Mao, recien publicado
El libro que desvela la peor imagen de Mao Zedong
Ruben Amon - Opinion:
El Mundo, 16 Octobre 2009
Mientras China celebra los fastos que conmemoran el 60 aniversario de su advenimiento, un libro desmonta la imaginería, la propaganda y el terrible anverso de Mao Zedong. Representado como un icono paternalista, bonachón y popular, infundía tanto temor como admiración. Todavía hoy, cuestionar su revolución puede acabar en pena de muerte.
El 60 aniversario de su llegada al poder ha servido de excusa a la aparición de ‘El Mao’, un nuevo libro rojo. Nuevo porque acaban de publicarlo en Francia Guy Gallice y Claude Hudelot. Rojo porque la iniciativa editorial (Rouergue) desvertebra la propaganda maoísta con los recursos iconográficos que el propio dictador había engendrado.
Imágenes y textos redundan en la especificidad de Mao Zedong, un dictador que conserva el rango de tabú en China y que sobrevivió incluso a sí mismo amparado en el misterio de la ambigüedad. “La ambigüedad de un hombre sonriente y al mismo tiempo feroz”, nos explica Hudelot en la sobremesa de un café parisino. “Ambigüedad en su dimensión terrena y en el culto trascendental. Ambigüedad en la naturaleza de un hombre que fue un genio y que fue un diablo”, añade.
Y hasta ambigüedad sexual. No porque el polígamo e insaciable Mao Zedong (1893-1976), castigador de concubinas, tuviera dudas sobre su heterosexualidad, sino porque la imagen que proyectaba en sus carteles, fotografías y demás recursos propagandísticos participaba de una cierta androginia, de una taimada y premeditada asexualidad.
COMO UN FARAÓN. Claude Hudelot no duda que semejante manera de presentarse abundaba en su divinidad. Mao era tan dios solar como Akenatón. De hecho, los turistas que frecuentan las playas del Este todavía simulan que acarician la efigie del patriarca cuando el astro aparece en el horizonte. “Mao ha logrado una suerte de inmortalidad. Ha conseguido que su imagen permanezca venerada en la China contemporánea. Se trata de una preocupante amnesia colectiva. Peor aún: existe el riesgo de que se produzca un agujero negro de la memoria. La devoción y la negación del pasado obstaculizan seriamente el deber de la Historia”.
Para airearla, Guy Gallice (fotógrafo), y Claude Hudelot (sinólogo polifacético), han concebido un libro lujoso, atractivo. Ambos adjetivos desafinan con las aberraciones del maoísmo, pero también participan de la mencionada ambigüedad y revalidan, incluso, la seducción que ejercía el Gran Timonel entre la sonrisa, el heroísmo, la manipulación y el miedo.
Tantas formas y superficies adquiría y ocupaba el padre que Mao puede considerarse el primer antecedente del Gran Hermano orwelliano. Su efigie estaba en todas partes, tal como demuestra la colección de imágenes, cerámicas, pinturas, sellos, pancartas, pastiches, manifiestos, prendas y souvenirs que desglosan en su libro Gallice y Hudelot.
Unas veces aparece Mao como héroe romántico o como abnegado militar; otras recuerda al Oscar de Hollywood, en oro puro, o se desdobla en todas las dimensiones de un Geyperman: atleta, místico, pensador, acróbata, sobrio, exuberante, jinete, redentor, peón caminero. “Es una manera de demostrar que el ojo de Mao llegaba a todas partes. Su imagen ocupaba un lugar de preferencia hasta en el rincón más remoto de China. No era sólo una cuestión de devoción. También era la manera de intimidar al pueblo, de amenazarlo, de asfixiarlo. Los ojos de Mao escrutaban a sus compatriotas. Era el sol mismo”, explica Hudelot.
Conoce bien China el profesor porque su primera visita se remonta al año 1964 y porque ha teorizado sobre el maoísmo con distintos filmes y libros de referencia. Algunos, como ‘La larga marcha’ (1971) estuvieron proscritos por la intelectualidad francesa afín al régimen. Empezando por Simone de Beauvoir, a quien Hudelot acusa de negligencia, o de ignorancia, o de ceguera, o de complicidad.
El furor ’sesentayochista’ de París parecía ocultar que el Timonel mataba de hambre a sus compatriotas. Que depuraba a sus enemigos. Que multiplicaba los gulags. Que manipulaba a su antojo la información. Que reconstruía la Historia a medida. Y que se enorgullecía de una máxima cíclica con dedicatoria a sus adversarios: “Para construir hay que destruir”.
RODILLO MAOÍSTA. El eslogan dio cuerpo a la Revolución Cultural (1966), “que tuvo mucho de revolución y nada de cultural. Mao hizo tabla rasa. Destruyó ferozmente el patrimonio y la cultura. Sentó las bases del unilateralismo. Todo el régimen se sostenía en la gran impostura, en la mentira. Propagadas ambas con la maquinaria de la propaganda y de la seducción. No había resistencia posible al rodillo del maoísmo”, matiza Hudelot. El escritor francés no considera que Mao fuera un genocida, pero, al mismo tiempo, calcula que las víctimas de la dictadura redondean los 100 millones de personas. Empezando por los muertos de hambre y terminando por quienes pretendían discutir el liderazgo patriarcal.
“Hay constancia de que en China existió la antropofagia como solución a la hambruna”, sostiene Hudelot. “Es una de las sombras del régimen y de los tabúes. Pero también hay luces. Deng Xiaoping decía que Mao hizo un 30% de cosas malas y un 70% de cosas buenas. Mi impresión es que fue al revés: un 70% de cosas malas y un 30% de cosas buenas”.
A juicio de Hudelot, estas últimas conciernen a la unificación de China, a la comunión del orgullo patriótico, a la generalización de una cierta igualdad y a la notoriedad que adquirió el país en el ámbito internacional después de haber sufrido toda suerte de humillaciones y vaivenes históricos. “Mao no ha vuelto. Simplemente, no se ha marchado. Lo demuestra su imagen perenne en Tiananmen. Quien osa criticarlo todavía puede morir. Aún no ha habido ‘desmaoización’ en China, de tal modo que la ‘omertá’ [ley del silencio] se perpetúa y Mao se beneficia de una posición sagrada. Su iconografía es como la de un santo, incluso superior a la de un emperador. Es un mito indestronable”.
La iconografía del maoísmo se nutre del rojo, de los motivos soviéticos, incluso se alimenta del heroísmo y de la corpulencia escénica al uso en el estalinismo, aunque la especificidad china radica en las alusiones a la propia cultura popular y a las referencias patrimoniales.
EL ÚLTIMO EMPERADOR. Mao Zedong, desde este punto de vista, ha sido el último emperador. No menos autoritario ni absolutista que sus antepasados, pero mucho más hábil en su papel providencial, en su raigambre social y en la capacidad de reinventarse a sí mismo. “Mao funcionaba con una mecánica de grandes oleadas”, explica Hudelot. “Cuando temía perder el poder o cuando observaba al pueblo distraído, sacaba de la chistera sus grandes proyectos de regeneración. Fue el caso del Gran Salto Adelante, de la Revolución Cultural y, naturalmente, del ‘Libro Rojo’, cuyas páginas sirvieron para que la gente aprendiera a leer, sí, pero a leer una sola cosa. De ahí la castración y el modo en que el Gran Timonel tenía condicionado y adiestrado a su propio pueblo”.
El libro de Hudelot y Gallice se desenvuelve con sorpresa y estremecimiento. Un escaparate de fetiches, reliquias, imágenes y delirios propagandísticos que sobrepasa la cultura ‘kitsch’ y la multiplicación pop de Warhol en su célebre retrato del Timonel, de 1973. De unos años antes es el icono que preside y ‘gobierna’ la plaza de Tiananmen. Fue instalado en 1950 y se retocaba cada año para incorporar rasgos de madurez o para subrayar la idealización. El cuadro megalómano custodia ahora la entrada en el mausoleo. Mao vivirá 10.000 años, como le cantaban los escolares, pero no está claro, según Hudelot, si sus restos están realmente en el catafalco o si es una figura de cera. Es la última y sarcástica ambigüedad, el misterio de una religión difundida con la imagen, con la palabra, con el rito, con el paternalismo y con el terror.
Fuente: El Mundo
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